sábado, 25 de diciembre de 2010

Canto a Xipe Totec, Quetzalcóatl 
por Don Mario Ramirez Centeno

Cabe señalar que este poema inspiró a partes de la ambientación y secuencias de la saga de películas de romance "Twiligth" y "Hermosas Creaturas" sobre todo en los aspectos de los hombres lobo, pues es la tesis mágica de los pueblos indios americanos que se corresponde con el culto en Mesoamérica de Quetzalcóatl o Kemsi y Xipe Totec en torno a los naguales. Versión reducida, para adquirir el libro digital por $19.99 US dollars dirigirse al URL: Canto a Xipe Totec, Quetzalcóatl  y a Amazon en formato de libro digital  para Kindle al URL: Canto a Xipe Totec, Quetzalcoatl.
También disponible musicalizado en audiolibro CD MP3 en http://escritormarioramirez.wix.com/cibertaria







XIPE  TOTEC  REDIVIVO
Así es, Xipe Tótec o Tezcatlipoca Rojo, según lo admiramos en el Códice  Borgia, revive, con todos sus sagrados poderes, por la gracia y la magia de la pluma de un poeta de hoy: Mario Ramírez Centeno, nacido el 11 de  febrero de 1965 en la  Ciudad de México, quien se declara, con rotunda legitimidad, “heredero de la nación otomí-tolteca”.

Este heredero del altísimo legado prehispánico, de cuanto hoy llamamos  México, y autor de libros, cuyos títulos  son en sí reveladores —“Desde los siglos del maíz rebelde”, “La pluma emplumada” y “El derecho al fuego”, poesía, quien también cultiva la novela, “El Miniño”, donde aborda  la  muy  actual realidad del  narcotráfico—, viaja a  través del tiempo en busca de sus raíces primigenias y canta  con profundo y encendido acento a Xipe Tótec, el dueño del camino de la liberación, el desollado, el coyote detrás del jaguar solar en la gran noche escarlata del  Mictlan, parte masculina del universo y de la región de la  juventud y la aurora, del maíz tierno, de la abundancia, de la riqueza y el amor, representante de la fertilidad y los sacrificios. Mario Ramírez  Centeno, poeta de intensidades sorpresivas y sorprendentes, canta pues a la deidad meshica, tan suya, a  corazón abierto y aunque no lo hace en el idioma  náhuatl, sino en la lengua de Francisco Xavier Clavijero, es decir, en la  lengua de Castilla, lo nahuatlato se  siente y se vive línea a línea en su poesía  epilírica, pues lo lírico y lo épico se matrimonian a la perfección en  su bien estructurado canto. Veamos:

“Era un niño todavía/y la ternura se  amansaba a mi lado/quebrando sus dedos en lo dulce/como cachorro de jaguares,/como pequeño huracán  coqueto./Como queriendo despegar la saliva/de todos los amores que fluyen/por los cordones umbilicales/o en el pulsar de la matriz terrestre.”

Lo nahuatlato fluye a  través de las venas abiertas de este canto excepcional de un poeta que siendo muy de hoy es  al mismo tiempo muy de ayer y de mañana y que logra, dicho en náhuatl, “pápáquiliztli” -regocijo grande- En verdad es un grande regocijo este “Canto a Xipe Tótec”, realmente inesperado, ya  que los poetas  nacidos y habitantes hoy por hoy de esta nuestra  geografía no suelen detenerse a profundizar y mucho menos a cantar a sus antepasados  prehispánicos.

Ramírez Centeno a contracorriente de  esos otros poetas canta, siente y nos hace sentir lo prehispánico con intensidad enamorada. Lo prehispánico vivamente presente en esta deidad estremecedora, que hace decir al poeta  en un estallido de  visiones cósmicas:

“Estoy planeando construir  castillos  láser /mediante computadoras holográficas/  para seguir  manteniendo la memoria/de mi tierra y de mi raza”.

De pie y contra el olvido, Ramírez  Centeno canta y reaviva la memoria sagrada de Xipe Tótec, Nuestro Señor el Desollado, Yoalli Tlauana –Bebedor Nocturno-, recreando tiempos, espacios, danzas y  batallas:

“El día que te fuiste con todos tus  guerreros/había temblado diez veces de alegría la tierra./Los niños bailando  sus primeras danzas./Y las mujeres de  blanco y mojados los cabellos/alzaban el rostro  y te miraban./En la punta de la pirámide/ se cerró una puerta de piedra./Sólo Tezcatlipoca y sus guerreros/estarían  contigo./Afuera, las danzas se  extendieron toda la noche.”

 El canto de Ramírez Centeno, este  canto epilírico, nos traslada al vivo ayer prehispánico a través de la lengua  dulcificada de Fray Bartolomé de las Casas. Suena a paradoja, pero es lo cierto, siendo a su vez  tan nahuatlato el  espíritu que lo alienta y conmueve, como  queda dicho y confirmado a lo hondo y a lo largo  del poema:

“Fue entonces que todos los guerreros/ encendieron su conciencia en ramilletes/de fuego y plumas de su cuerpo./Cada uno con su sombra de carne,/con su sombra de carne los mitlacas/fueron hundiendo sus luces en las carnes vivas./ Uno a uno fueron uno, contigo y tus guerreros./Cada uno con su cada cual,/como fantasmas de materia con su imagen/que se hunde en la línea cristalina del espejo./Las carnes vivas estallaban/y la piel se caía a  tirones/ y todos lloraban y reían afuera/ al mirar tu cortejo de guerreros/en fila como serpientes de  humo.”

La guerra, la vida y la muerte en  estallante recreación poética, porque la  poesía, la palabra en sí, es  un  gran poder y con el poder de la palabra Ramírez Centeno, mientras canta y evoca a Xipe Tótec establece relaciones convocando a  la  fábula y a la ciencia en un hito de hiperlucidez estremecida, con sabor a grano de maíz y a galaxias en ebullición  en una desconcertante  visión  de lo real y lo irreal. Así pues acentúa:

 “Tengo todas las medallas/de niño quien ha hecho bien todas sus tareas./Por eso sé del fracaso de la razón/en el reino de las emociones./De la caída de todos los esquemas lógicos, /ante la sonrisa de una hembra./Del viejito Einstein/que partió en dos el mar/de la materia/y construyó una pirámide de luz/donde la medida del hombre desaparece,/de las partículas duendes que aparecen en la nada,/ exactamente igual que el perro amarillo/ de ojos amielados, de las historias de naguales”.

Toda una ebriedad poética que alcanza las cumbres más altas del delirio iluminado, porque el poeta sabe a conciencia: “que cada cosa sirve en su universo/y también de la coexistencia de universos/besándose a través de los hoyos negros./Todo eso lo sé,/pero desde que lo sé,/nada ha  cambiado”.

Y es  que saber no siempre es poder y el poeta lo sabe y resignado canta y  canta, ya que el canto es salvador:

“No he podido detener el tiempo/por  más relojes con que lo mida” ¿He de esperar a que la ciencia alcance/a mi muerte, a la muerte de todos,/después de que haya muerto,/después de que todos nos hayamos muerto?”

Sí, sí y, después de que todos nos hayamos muerto, nos encontraremos con la verdadera vida, y es que aquellos prehispánicos sabían mucho de la vida y la muerte y Mario Ramírez Centeno, poeta, por su sangre otomí-tolteca lo intuye y lo palpa y lo canta en este poema donde alza  su voz  afirmando:

“Yo soy el Cuicani, canto,/y las nubes de lluvia se abren a mi paso,/los relámpagos atacan mi ombligo/y el mundo se vuelve  a crear”.

Creación, emoción, confesión, poesía... Un poema para ser leído y releído, por  inesperado y rotundo, donde revive el pasado prehispánico cargado  de  belleza y fiereza, pues nos descubre que el Cuicani  está lleno de inmensidad. Un canto  inmenso e intenso, donde queda reafirmada la presencia y la existencia  de  un poeta nahuatlato que, cantando en la lengua de Castilla dulcificada, rompe las  barreras del tiempo y enlaza el pasado con el presente irradiando futuro.
       
JUAN  CERVERA  SANCHIS
        MÉXICO D.F., 10  marzo 2010
  





Xippe ycuic Totec Yoallauna
Yoalli tlauana
yztleican timonenequia
xiyaqui mitlatia
teucuitlaquemitl xicmoquentiquetl ouia.

Noteua chalchimama
tlacoapana ytemoya
ay quetzallaueuetl
ay quetzalxiuicoatl
nechiya yquin ocauhquetl ouiya.

Ma niyauia nia niapoliuiz
niyoatzin
achalchiuhtla noyollo
ateucuidad nocoyaitaz
noyolceuizqui tlacatl
achtoquetl tlaquauaya
otlacatqui yautlatoaquetl ouiya.

Traducción del anterior canto tradicional  en náhuatl:

Cantar de Xipe Tótec Youhuallahuan
¡Oh bebedor nocturno!:
¿Por qué te haces del rogar,
por qué te escondes?
Revístete con ropajes de oro.

Oh dios, tu agua de jades
ya baja por los arroyos.
El ahuehuete brota plumas de quetzal,
y se aleja la serpiente de fuego.

Que no perezca yo,
tierna planta de maíz.
De jade es mi corazón,
más lo veré de oro.

Me alegraré cuando maduren
los primeros jilotes.
¡Ha nacido el valiente guerrero!

Oh dios, si al menos un poco
se logra el tierno maíz,
a verte irán tus devotos
en lo alto de tu montaña.

Me alegraré cuando maduren
los primeros jilotes.
¡Ha nacido el valiente guerrero!


Canto a Xipe Totec, Quetzalcóatl


Canto a Xipe Totec, Quetzalcóatl

Xipe Totec, Xololt, Quetzacóatl.
Representación larvaria de Quetzalcóatl
entrando al Mictlan.
Xipe Totec, el dueño del camino de la liberación.
Xipe totec, el desollado.
Xolotl, el que sin piel entra al Mictlan
el mismo Xipe Totec.
Xipe Totec, coyote detrás del gran jaguar solar
en la gran noche roja del Mictlan.
Xipe Totec.

Canto a Xipe Totec, Quetzalcóatl

*   *   *

Era un niño todavía
y la ternura se amansaba a mi lado
quebrando sus dedos en lo dulce
como cachorro de jaguares,


como pequeño huracán coqueto.
Como queriendo despegar la saliva
de todos los amores que fluyen
por los cordones umbilicales
o en el pulsar de la matriz terrestre
o en la explosión de las mojadas cavernas humanas.
Era un niño todavía
y los libros no tenían sonido
y los sonidos no tenían ideas
y las ideas no habían agujerado
todavía mi cabeza.

Dicen que la flor giraba sus aspas
en mis ojos y en mi risa
y que tenía un canto mágico
con el poder de despertar la noche
y volverla una vasija de leche
o trapos limpios en mi nalgas.

No lo sé en realidad.
Puede que sea una mentira,
pues supongo que era un niño todavía.

No quiero remorder los labios del recuerdo
para chillar lo no chillado
para morderle la lengua a la serpienteo mamarle nuevamente los senos a una madre.
  
Xipe,
simplemente
¡quiero ser un guerrero!
Pero sé que no valgo ni el que bajes la mirada
para verme, encuerado y sin madre,
extranjero en tierra de mis abuelos,
con un cuarto de siglo enterrado en mis quijares.
Pero, pues, no sé, puede que sea un niño todavía.

*   *   *

No quiero confesar pecados vergonzantes de la piedra,
Ni arañar tu espectro luminoso en los cristales.

Xipe Totec, Quetzalcóatl,
tienes un nombre y tuviste rostro.
Eras el gran sacerdote
barbado de virtudes
construyendo vasijas de cantera a la mirada.

Llegaste al sitio donde el canto se detiene y se dispara,
con todos los tambores que no existen,
con las sonajas que desaparecen
bajo las melodías de la ocarina
que tampoco existen pero son,
a pesar del guajolotl celeste
que une sus palabras
con el mismo pegamento de la célula.

*   *   * 

Quetzalcóatl,
¿cómo fue que te llamaron tus padres?
¿Te llamaron Rubén, John, Samuel o Topiltzin?
Desde el año Ce-Acatl dieron muerte a la memoria.
¿Acaso fue mejor?
Desde entonces Quetzalcóatl, nadie,
nadie te atrapa.
Pero ahora, que trato de exprimir hiriente
algún remoto origen de mí mismo,
para no sentir las olas vacías
que me persiguen,
sólo encuentro ruinas, ruinas, ruinas.

Rocas agolpadas en la selva o en el desierto
soltando nombres que unos cuantos interpretan
a su juicio de husmeadores de las huellas.Y entre dos o tres insistes en todo Quetzalcóatl,
entre las grietas de las piedras,
entre las palabras de los viejos,
en veinte lenguas todos te llaman Quetzalcóatl.

Viracocha,
Kukulkán,
Huiracocha,
Quetzalcóatl,
Xolotl,
Xipe Totec,

Todos los nombres con mil historias
cada uno,
¿quién podría contar la verdadera?

Maestro bueno,
alacrán de plumas,
estoy danzando para tu nombre
para alguno de ellos.


*   *   *

Eras Topiltzin
y olisqueabas los bosques
como perro húmedo de cuero.
Eras la culebra herida por la dorada flecha
de la miel despierta y luminosa,
asistiendo al espectáculo de las hierbas,
de las que se estiran hacia el cielo
queriendo escapar del caminar de la bacteria,
de las que se arrastran en el lomo de los árboles.
Tocándolo todo para saber qué era,
envenenándote con tu propio aliento
para saber por qué tenías un nombre
y para qué servía tu rostro.

*   *   *

Eras Topiltzin xoloiscuintle
cuando tu madre te arrepegaba un seno
y empezabas a masticar la leche y los sonidos
con el calcio abriendo tus encías
y tenías que voltear el rostro hacia la leche
y saber en qué sonido especial te pronunció tu madre.
Ese sonido fue tu propiedad
a donde trajiste la diferencia entre tú y los animales
la diferencia entre tú y los otros hombres
las reglas para cumplir
y las que podían ser rotas.

Todo cupo en tu propiedad,
en tu sonido.
Aprendiste rápido
y todos a tu alrededor supieron
que en tu sonido estaba la propiedad del mundo,
joven cacique Topiltzin.

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