viernes, 1 de junio de 2012

Forjados en el Taller



El Taller de Cuento del Metro
Recopilación de Cuentos del Taller Cuento de Mario Ramirez en el Sistema de Transporte Colectivo Metro con Jóvenes Becarios de los Programas de “Ola Cultural”, del “Instituto de la Juventud” y “Para Leer de Boleto en el Metro”
PRESENTACIÓN
Por Mario Ramirez Centeno

Durante los meses de fines del 2007 se llevó a cabo un Taller de Cuento del Metro con jóvenes que laboraban en la “Ola Cultural” y lectores y distribuidores de “Para Leer de Boleto en el Metro”, coordinado por un servidor a invitación del artista y promotor cultural Sergio Gómez, en donde dábamos apretadamente la teoría de la estructura del cuento y algunas técnicas de la narrativa en habla española. Teníamos sólo dos o cuatro horas a la semana durante los dos últimos meses del año. Pero los jóvenes asistentes bebían a grandes tragos la teoría y leíamos a excelentes cuentistas con el fin de exponerlos a la radiactividad de la calidad literaria y a la capacidad de noquear al lector con un cuento.
Con esto en mano logramos muchos avances, pues los cuentos aquí presentados fueron pulidos en el último mes del taller como si de piedras preciosas se tratara y nosotros fuéramos los orfebres obsesionados por sacar a relucir las luces y reflejos de bellos diamantes. Por ejemplo, Brenda García “Allertse” nos presentó hasta cinco versiones distintas del que al final quedó como su cuento a publicar como resultado del taller. En “El Delirio”, nos gana un terror muy del tipo del “realismo mágico”, en un ambiente de antro, muy juvenil y actual.
En “La Insipidez del Recuerdo” Alberto C. Martínez nos entrega un retrato suicida donde se contradice afirmando que hay una sola realidad y con la que el juega logrando diversas dimensiones en un juego de espejos donde el mismo cree encontrar la realidad de una suicida como Sofía y explicar la de un escritor con Alzhaimer que la describe, pero que a pesar de todo obtiene éxito con su personaje suicida en un desenlace paradójico.
Carlos Esteban Jímenez, siempre llegaba tarde al taller pero presentó múltiples cuentos que más de una vez se llevaron las palmas de los asistentes. En “Indios Verdes-Universidad Tragedia” nos presenta una visión apocalíptica de la sociedad que vive y convive en el metro, trasunta de tragedia de un extremo a otro y redimida sólo por la esperanza revolucionaria. Presentó también varias versiones de este cuento que finalmente quedó en la que ahora presentamos.
David Martínez, con sarcasmo, casi se nos pierde en la profusión de anécdotas escabrosas dentro de un solo cuento, pero al final, donde termina el personaje casi agonizando como víctima de la misma indiferencia que le adolece al personaje y a la sociedad que parece criticar, lo rescata y gana así un espacio junto a sus compañeros que realizaron un esfuerzo denodado, donde en poco tiempo se logró contar con su expresividad para noquear al lector con un solo cuento.
Román Borrego Acosta nos presenta a la guerra aniquilada por si misma en un diálogo casi de prosa poética que concluye con algunos versos, donde parecidos a ditirambos griegos, casi la rescata de su propia destrucción, pero al final la hunde con disertaciones que no terminan de detenerla, para finalmente acabar con la existencia de esa entidad que no acabamos de determinar si es femenina, masculina o sin sexo.
Para terminar con un cuento de un servidor donde se rescata el pensamiento infantil como verdadero motor de la imaginación y la magia, despierta en todos los milagros de la naturaleza todavía presente en muchas partes de la ciudad de México. Las cosas sencillas de la naturaleza son las que contienen la magia y terminar con la infancia en la juventud nos presenta nuevas magias, como la sonrisa de una mujer o la atracción placentera del erotismo que nos lleva a la reproducción, otra magia más. Que el presente trabajo les dé momentos de reflexión o amenidad, consuelo y esperanza para todos los que lo lean.






EL DELIRIO
Por Brenda García Rosas
Pseudónimo: Allertse


El tres de noviembre del dos mil seis fuimos mis hermanas y yo a un Halloween en una discoteca llamada “Estelaris”. Había un concurso de disfraces en el que nos encontrábamos involucradas; el animador de la discoteca había anunciado los premios a los mejores disfraces.
El primer lugar consistía en un cartón de cerveza con quinientos pesos; el segundo, en un cartón de cerveza con doscientos cincuenta pesos; mientras que el tercer lugar se trataba de una cubeta de cerveza con cien pesos.
El concurso iba a empezar a medianoche pero cuando llegamos apenas eran las diez. Mis hermanas se encontraban platicando con unos jóvenes muy simpáticos que habían conocido; mientras tanto, yo me andaba arreglando para el concurso. Fui al tocador para agregar algunos detalles a mi maquillaje puesto que quería verme original.
Estaba nerviosa porque en el tocador donde entré no había nadie y el ambiente se sentía muy raro. Me acerqué a un espejo que se encontraba cerca de los lavabos; al aproximarme un poco más, observé a una niña con la cabeza agachada recargada en un rincón, al parecer estaba llorando; me dirigí hacia a ella y le pregunté: ¿por qué lloras?, ¿te puedo ayudar en algo?- pero la niña no contestó a ninguna pregunta, sólo se quedó agachada.
Un poco turbada regresé al espejo y comencé a maquillarme. De pronto, escuché un golpe en el suelo. Creí que se había caído y volteé para buscarla, pero no había nadie. Caminé un poco para tratar de encontrarla, sin embargo todo fue en vano, al menos eso creí. Entonces sentí un frío intenso recorriendo mi cuerpo. Al mirar nuevamente al espejo observé a la niña que se encontraba frente a mí. Volteó a verme, tenía la cabeza sangrando y una deformidad en la mejilla derecha. Pegué un grito y salí corriendo de ahí sin saber a donde me dirigía. Subí unas escaleras, las cuales me llevaron a un pasillo oscuro en el cual no podía ver ni la sombra de mi mano. Traté de tocar la pared y así guiarme hacia alguna salida.
A lo lejos, observé una pequeña luz. Poco a poco fui acercándome hasta salir del pasillo; volteé hacia atrás para ver si la niña estaba siguiéndome pero no había nadie. Al fin, llegué a donde se encontraban mis hermanas. Todo parecía normal, como si no hubiera pasado el tiempo, al verme una de ellas me dijo:
- ¡Vaya!, ¡ya regresaste!, ¿qué tienes? Parece como si hubieras visto un fantasma- y comenzó a reír.
Sentí que era objeto de burla. Comencé a ver borroso, a marearme y a cerrar mis ojos poco apoco...
A lo lejos escuché una voz que decía mi nombre. Al abrir mis ojos, observé a una de mis hermanas que decía:
- ¡Despierta! ¡Ya es tarde!
Miré a mí alrededor. Estaba en mi habitación recostada en la cama. Vi a mi hermana y le pregunté: ¡¿qué pasó?! Sonriendo me contestó:
- ¡Te quedaste dormida!, anda, vístete que ya es tarde. Recuerda que hoy vamos al “Estelaris”; ojalá y ganemos el concurso de disfraces.
- ¿Concurso de disfraces? ¿Qué eso no fue ayer?
- ¡Claro que no!, ¡¿Te sientes bien?!
- Sí, eso creo, no me hagas caso. Estoy loca.
- Bueno, pues vístete, te esperamos en la sala pero no tardes.
- Está bien.
Salió de mi cuarto. Un poco desconcertada me levanté y comencé a arreglarme. Me reuní con mis hermanas y salimos de la casa con dirección al Estelaris, mientras pensaba que tal vez lo de la niña era sólo un sueño, por lo que no le tomé mucha importancia. Llegamos al Estelaris; pero; conforme pasaba el tiempo, sucedían las mismas cosas que había soñado...








LA INSIPIDEZ DEL RECUERDO
Por Alberto C. Martínez
Pseudónimo: Alberto Constantino


Te quiero”. Letra tras letra aparecen como visión espectral acompañadas del estruendoso sonido de una máquina de escribir. Luego, una mano recorre el papel con la frase escrita y la arranca. Tras esto, vuelve a recorrer la hoja.
Te amo”, otra frase que corre con la misma suerte. ¿A dónde irán, dichosas frases? ¿Cuál es el sino de aquellas desgraciadas que no obedecen más orden que la de su creadora?
A punto de escribir de nuevo, puedo contemplar quién escribe: Sofía. ¿Qué haces? ¡¿Qué es lo que estás haciendo?! ¿Perdiendo tu vida plasmando frases que ni yo sé hacia dónde van? Sorda al reclamo, enciende un cigarrillo mientras se dispone a escribir en un cuarto no más lleno que de su ánima agónica y el humo inútil de la decepción.
Luego, una última bocanada para disponer el cigarrillo sobre el cenicero al lado de la máquina de escribir; de pronto, la mano de un hombre maduro contrasta con la suya, joven hermosa de tan sólo veinte años, quien parece ayudarle a posar el cigarrillo en el cenicero. Sofía está fuera de sí, sola, en un cuarto sumamente desordenado. Su cama sin hacer entre un reguero completo y el cenicero de varias colillas, satisfecha pero sin aquel hombre quien le ayudó a apagar el cigarrillo, pues ella en realidad continúa fumándolo. “Y tanto libro, ¿para qué, Sofía? ¿Para sedar tus orígenes de linda erudita? No entiendo la especial atención que le conmemoras especialmente a uno o dos, aunque admito, no puedo ver quién es el autor. Sí, sí Sofía, parece que te estoy escuchando... en verdad puedo escuchar lo que piensas”.
¿A dónde has ido guerrero ausente? Si mi arduo estro solitario torna en locura intransigente, ¿quién será el destinatario?” Yo me altero y le digo: Calla, ¡calla! Vuelve a tu oficio, beligerante de tu propio ser, sigue escribiendo tus incoherencias que no admirar ya más. Y lo más inconexo, siendo obediente como aquello de donde tomaste tu forma de ente, regresas a tu oficio para escribir algo que ya no supe de qué se trataba.
Ya es tarde. El cielo está nublado. A nuestros pies, cae el agua del cántaro de algún ser celeste y de vez en vez, uno que otro estruendo. Hacia el patio frontal de la casa, una figura espectral parece des-velarse. Sofía parece deambular ensimismada y absorta; viste un camisón blanco, el cual, la lluvia se encarga de convertirlo en un paño mojado similar a la de algunas esculturas romanas; sus pies marchitos y la expresión pútrida denotan un avanzar lento y cansado como el de un peregrino. Curiosamente estos pies descalzos contrastan con unos tacones abandonados que descansan frente al guardapolvo de un muro; son reliquias maltratadas entre hojas de árbol, antes secas, de los que la tintura artificial había ya perecido, habiendo dejando dos manchas como halos de óxido que simbolizan el atuendo de la huella entendida como la presencia de lo ausente. Sofía alimenta su psique con alucinaciones, demencias y acaso vanas esperanzas de encontrar una carta dentro de aquel espectro vacío que era el buzón, pues ese era el motivo porque salió a un ambiente al cual se había negado desde hacía no sé cuánto tiempo.
Culminación decepcionante de la ausencia convertida en molde sobre su rostro silente; era la indiferencia que torna en coraje al cerrar violentamente el buzón por no encontrar lo que esperaba. De regreso al interior de su casa, Sofía cierra de manera silente la puerta principal por la que salió pero un ruido irrumpe la tranquilidad. ¿Sonaría? Sonará... suena, había sonado y sonaba. Eran timbres uniformes con un compás definido. Uno, dos, tres, cuatro... y continuaba sonando mientras Sofía se acercaba lentamente hacia un teléfono blanco. Su rostro comienza a irradiar lúmenes de esperanza sobre todo cuando lo toma entre sus manos. Una sola vez más el teléfono sonó y paró mientras reposa en sus manos, como si las llamadas evadieran la presencia de Sofía o el tocar de ella... tu tocar. Y se hincó... cabizbaja, con el rostro cubierto por sus cabellos que asemejaban hilos de seda en caída de rocío. ¡Comenzaba ya la hora del teatrino! El par de telones unas cortinas pesadas que cubrían la ventana principal de la estancia comienzan a cerrarse por autonomía como controlados por tramoyas para que la oscuridad te opacase, sin que muriese tu acto mientras dos reflectores alumbraban la escena. No hubo carta, correcto; mínimo habrá una llamada tal vez, no lo sé, quizás el tiempo lo dirá.
No sé cuántas horas sucedieron a tu depresión. Sólo sé que el cielo se vestía ya de luto con lentejuelas absortas de color; pero escasas, un tanto escasas debido al desgarre que tuvo el cielo. Para entonces, Sofía se encontraba preparando la cena. Siempre ensimismada y taciturna, parece actuar mecánicamente. Se acerca a su mesa con un plato vacío, una cuchara y un envase de vidrio lleno de leche. Y no podía faltar: un libro de... ah, sí, lo conozco, yo lo conozco. Es un pésimo escritor, cree únicamente en sus debrayes y conecta su vana realidad con la nuestra para, según él, formar "la verdadera". Estúpido.
Tiernamente Sofía toma el libro para comenzarlo a hojear, el cual tenía ya pocas páginas por cierto. Atónita, pero con un semblante de niña tierna, parece leer una página que la hace detenerse. Inmediatamente le da por arrancar con dulzura esa página y las subsecuentes; realmente, las únicas que restaban del libro. Entonces las comienza a triturar y las convierte en tiras que deja caer a su plato. Al lado de la pasta del libro, encontrábase una especie de separador que tenía más aspecto de carta que de lo primero.
Todavía no cenarías. Necesitabas que te escucharan: "No soy una actriz, no un vado harto soy. Duda de aprendiz, dime amor ¿qué soy?". Entonces, lentamente Sofía coloca la carta-separador a su lado y sobre ella, su mano, la cual parece descansar aunque ciertamente da finta de ser una acción telepática entre la carta y ella. Por osmosis aparente, existe una comunicación con tan sólo el contacto de su mano sobre aquel viejo papel.
"Pareces mística, si no fuera por tu contexto creería que visualizas tu matrimonio con Dios". Consecuentemente, decides cenar. De manera incomprensible, tomas el envase de leche y comienzas a vaciarla sobre tus recuerdos alimenticios con aquel saborizante insípidamente dulce.
¡Ah, y no era suficiente! Necesitabas tu especia que complementara tu cena. Una más, era la última frase que escribiste en la máquina, la cual ya no pude apreciar. "Te necesito" caía a tu plato: una frase en aquel papel infecto que lo admirabas con cierta curiosidad. No te quedó más que revolver tus pensamientos, quereres y adulaciones en tan blanco disolvente para por fin cenar. Rodeándote, transitando a tu lado pero tú, ni en cuenta. -¡¿Qué haces?! -me preguntaba- ¿por qué Sofía? ¿Qué tienes? ¡Contéstame! Ah, imposible, sabía que eso era imposible.
Horas lentas con andar rápido. La agonía de Sofía aún no terminaba, todo lo contrario, apenas iniciaba. ¿Puedes verme? Estoy aquí, afuera de tu lúgubre aposento. Si me vieses, te preguntarás por qué no toco. Y es que Sofía no podía conciliar el sueño pues había iniciado la carrera hacia un suicidio con base en una especie de inanición, pues había repetido por un número indeterminado de días, la acción previa respecto a la ingesta de papel; su depresión la encerraba en la austeridad de la soledad y el desahogo enfermizo entre llantos y respiraciones entrecortadas. Con su mirada hinchada, los ojos más bellos que jamás hubiera visto, empañados de dolor estaban: de ámbar tus ojos, mis perlas de cristal, ¿por qué son rojos?
Inesperadamente, no sé que arrobamiento la llevó a levantarse. Parecieras tener prisa pues prestamente te da por desnudarte e inmediatamente cambiar tu atuendo por un vestido de gala, el cual deja ver deliciosamente tu efigie perfecta de canon clásico. Tus pies parecieran albergados por la antítesis de los tacones abandonados entre hojas y lluvia. Sí, eras como el día en que te conocí. Elegante, como dispuesta hacia una cita ficticia, te diriges hacia la estancia intentando sostenerte de lo que encontraras a tu paso para no desplomarte debido a tu agobio. Tirabas accidentalmente los instrumentos de tu cena y las cosas que había sobre la mesa: también las paredes ya estaban cansadas, incluso de ti.
Entre gritos y desesperación, Sofía se obsesionaba por encontrar algo entre el reguero de su estancia. La aflicción desesperada por encontrarlo era eterna y el hallazgo imaginario. Y finalmente has enervado tu esfuerzo inútil: Elixir, elixir, elixir decías cuánto numen necesitas para escribir la palabra elixir.
Pareciera como si te pudiera ver a los ojos: lo sabía, me mirabas y me buscabas. Entre tu balbuceo y tu posición sedente en el piso, parecieras tocarme aunque no con mucho gusto. Ojalá fuera a mí; me encantaría te desquitaras conmigo pero era sólo con mi engendro: una pasta de un libro sin hojas, evidentemente todas habían sido arrancadas... y el título, ¡bah! es lo que menos importa. Desquítate con ella, con aquella que albergó mis letras que ahora tu organismo resguarda. Una vil pasta. Querías hacerla tuya, que ese icono fuese la persona que añorabas, pues después de haberla maltratado tan frígidamente la arrastrabas cerca de tus entrañas y la protegías.
Te odio”. Letra tras letra impuesta una a una adquieren ser con la intencionalidad merecida dentro del mismo recinto anteriormente referido. “Te detesto”, otra frase que fenece. Continúa escribiendo pero ahora si me atrevo a mirar todo lo que hace, aunque tal vez ella ni lo note. Las frases morían pero de una manera extraña: no eran rotas ni botadas. Sofía escribió otra frase que no alcancé a leer, la cual arrancó y como empachada fue la última, el último recuerdo que se devoró. Pobres, en ti estaban todas las frases, papeles insípidos que creía perdidos.
Sin más, al lado del cigarrillo consumido que te había yo retirado porque sabías lo mucho que detestaba que fumaras se encontraba otro libro con la misma carta que usaste a la hora de la cena, la cual había yo firmado hace meses. ¡Je! Es que uno se siente tan bien de ser recordado e incluso de recordar el argumento con el cual alguna vez te dejé.
Mi querida Sofía, llega el momento en que la exigencia del trabajo y la gente que te admira te obligan a un desmesurado esfuerzo; llega uno a hartarse hasta decir, ¿de qué me sirven mis malditas obras? Temo decirte que las posibilidades que siempre has odiado acerca de mi estancia en este lugar están a punto de desvanecerse. Me han encadenado a sus pico, lejos de ti... de tus ojos y tus besos sin poder elegir. Dirás por qué, me maldecirás tal cual, me indagarás cómo, y yo sólo me ausentaré sin darte un último beso, sin poder leer de mis propios labios esta carta. Tú sabes ahora lo lejos que estoy, lo mucho que te extraño pero esto y aquello es imposible. Detesto la distancia. Durante las afanosas y ásperas noches, me es muy difícil conciliar el sueño y hay algo que inesperadamente lo logra: el fastuoso cuento de hadas que juntos creamos y el capítulo en que lo dejamos con un amargo separador, como algo tan preciado, como un recuerdo dulce que perdurará en nuestra memoria. Sabes que siempre vivirás en mí, no importando mi situación. José Manuel.” ¡Qué curioso! Incluso puedo recordar mis errores léxico-gramaticales que cometí aquella vez al escribir la carta... mis lapsus cálami que en conjunto también dicen algo.
De un cajón, Sofía extrajo un gotero. Con aquel líquido empapa la carta que acababa de leer. Gota a gota, y después un chorro, se expanden e infestan el soporte de manera uniforme. Un elixir clorhídrico que lo único que hacía era justificar tanta erudición y la temática concreta de los libros de ciencia que tenía, los cuáles eran fíeles amantes de Sofía. No la pude detener pues había ya ingerido su última cena. Satisfecha, sentóse a leer de nuevo mí libro, La Insipidez del Recuerdo, el cual curiosamente poseía las páginas enteras. Sofía espera el triunfo de la muerte. El dolor inminentemente llegará. Mejor durmamos y apaguemos la luz para descansar.
Pues ya había tragado la carta junto con la ponzoña de su sueño de oficio, para arrinconarse tranquila y posarse en una silla para leer aquél, aquél que lleva el título de éste: La Insipidez del Recuerdo. Cuánto numen necesité para escribir la palabra elixir, mismo que debiese ser la expiación catártica, porque como escritor eres capaz de acabar con su vida. Fue la misma cantidad de inspiración la que me llevó a confesarme contigo, a confesar mi mentira aunque sepa en el fondo que ha transitado como verdad irreal. Muchísimas gracias. Atentamente, anónimo”.
Reporteros, camarógrafos, escritores, artistas y medios se congregan en la presentación del libro Antología #9 del programa “Para leer de boleto del metro”, en el cual el escritor José Manuel Blumenkron participó con su obra La Insipidez del Recuerdo. Los haces lumínicos de cámaras fotográficas impactan sobre los invitados en la mesa y específicamente sobre Blumenkron, un individuo de 60 años aproximadamente quien se muestra taciturno. Cuando concluye la moderadora con la presentación referida anteriormente, se le otorga la palabra al escritor. Este, ensimismado, no reacciona de facto sino que tarda en agarrar el micrófono.
Es así como puedo resumir la obra decía por lo que agregué al final de la misma esta dedicatoria a todos mis lectores; así pues, no los canso más con mis palabras. Pareciera que Blumenkron da por terminada la mesa por lo que todos comienzan a movilizarse, pero los medios se muestran hostigantes y se acercan a la mesa a cuestionar al escritor. Entre ellos sobresale un reportero, es un hombre de unos treinta años que sube la voz para hacerse notar. Le llamó tanto la atención su insistencia que concluye por hacer un ademán para que lo dejen hablar. Blumenkron es tan respetado que la gente y los medios lo obedecen, por lo que se invita a que lo dejen solo a él hacer la pregunta.
Sé que va a sonar raro para usted, maestro, pero en mi mente asalta una duda ahora que tuve la oportunidad de leer la obra. Es con respecto a qué lo orilló a escribir La Insipidez del Recuerdo. ¿En qué respuesta cabe mi cuestión? ¿Fue inspiración real, imaginaria, alguna experiencia personal o algo que supuso pasó sobre algún hecho de la vida de alguien o la suya? Realmente, ¿existe o existió Sofía? la pregunta deja estupefacto al escritor. Se siente intimidado y nervioso pero pareciera salir airoso.
¿Por dónde empezar? Recuerdo a mi padre, cuando vivía me decía que siempre tenía que ser objetivo con mis explicaciones, nunca contestes sin contestar, argüía. Estaría decepcionado si me escuchara ahora.
Entonces su semblante torna hacia una sobria seriedad. No lo sé, no logro entender todavía por qué escribí eso, no logro entender por qué estoy aquí. Si te dijera que ha sido una transición psíquica de un personaje ficticio no sería coherente.
Finalmente, su seriedad comienza a tornar en evasión y melancolía entre argumentos fútiles. Continúa con frases similares y termina impávido, mudo. Era un momento muy extraño. Pareciera entrar en un estado de trance análogo al de alguien que se confiesa.
Yo ya estoy viejo ... y también muy enfermo, y... mi mente... no coordina ni el pasado, ni sus recuerdos o la memoria. ¡Por favor, por favor! entonces Blumenkron entra en una desesperación y está a punto de llorar ...mi obra, mi Sofía, ¡¿qué fue?! No lo recuerdo.
Sus ojos que se fueron llenando del medio acuoso del alma hasta finalmente expulsar únicamente dos lágrimas y él, postrado, totalmente estático.
Únicamente una conclusión: la ovación del público.





¡Lleve su periódico, con detalles de la masacre donde hubo 30 muertos!”, se escucha un clamor gastado por los años, la que grita es una mujer de 67 años; en sus manos marchitas lleva la derrota de aún no vender un solo ejemplar, con mirada más triste que la mismísima soledad que no se quiere, la miseria cubriendo su andar, sus pies morenos intentando protegerse en unas rotas sandalias que dejan ver el paso implacable del tiempo, anda cansada y se tiene que recargar junto a una pared, ahí pone su bolsa de mandado que tiene los 100 periódicos que debe vender para comer este día. Su voz ya cansada sigue gritando: “¡Lleve su periódico, con detalles de la masacre!” A estas horas Indios Verdes es un mar de gente. Adriana, que tiene 8 años y estudia en Cuautepec la primaria, mira a la anciana y el título del encabezado, imagina y le pregunta a mama: ¿Mamita, cuál es la tragedia: la señora que vende el periódico o cómo le va a explicar el señor farsante que sale en la televisión a sus hijos, que mandó matar a 30 personas?

"La guadalupana, la guadalupana, la guadalupana, bajo al Tepeyac"... Joaquín deja escapar una maldición ruborizada hacia esas personas, son miles, van en peregrinaje sobre Insurgentes Norte y se dirigen a la Basílica de Guadalupe, se aprieta la cara, esta furioso, les hubiera recriminado, pero se detiene, pues el taxista lleva una imagen de la Guadalupana colgando del retrovisor, junto a una patética aguilita que tiene el uniforme del América. La tonada le resuena en la memoria porque de niño la coreaba para que su tía Rosario presumiera que era el niño que más canciones y oraciones del catecismo se sabía; suspira con coraje y recuerda que por esos años, sólo quería jugar con Janet a las "escondidillas". Voltea a la peregrinación y ve a Lupita; mujer que anda desde un pueblito de Morelos llamado Anenecuilco, viene cargando un hijo en las espaldas y otro agarrado de la mano. Solo mueve la cabeza y piensa que ir caminando en las peregrinaciones es un esfuerzo sobrehumano por supuestos favores recibidos, al frente de los humildes van encabezando un par de "padrecitos" que ocultan su vicio por el dinero y los niños desnudos tras la sinceridad en la fe de las personas; a Joaquín le molesta todo; ya que el ni cree en dios y lo peor, llegara tarde con Karina. ¿Oiga jefe, me puedo fumar un cigarrito?, le dice al chofer del vocho verde Échele joven, además yo creo que todavía vamos a tardar un ratotote. Saca su cajetilla, solo hay 3 cigarros, vuelve a mirar los rostros cansados de la gente pobre; piensa que cada quien decide en que creer, ellos en una estampita de 2 por 10 pesos y él prefiere las bondades de una mujer, la literatura, lo útil de la protesta y la sabiduría del pulque. Abandona su mirada de la peregrinación y sólo piensa en las piernas de Karina que lo vuelven loco, ella es la esposa de Issac, el mejor amigo de Joaquín, pero no le importa, esa mujer lo ha tenido perturbado desde que la conoció en aquella cena, donde por inseguro prefirió presentarle a Isaac en vez de tratar de conquistarla. Su cita, en el metro Deportivo 18 de Marzo, ella trabaja como maestra de Matemáticas en la Prepa 9, esta ansioso de verla, de repente suena su celular. ¿Dónde estas? pregunta Isaac a Joaquín.

La hora acordada son las 7 de la noche en la esquina de Manuel González y el Eje Central, en el parquecito. Ana María no es la misma, ahora tiene 2 libros publicados, es una reconocida doctora y cumplió su sueño de conocer Europa; el paisaje también ha cambiado, ahora, hasta había metro. Ella cree que la estación Tlatelolco debería llevar otro nombre. Todo está transformado. Menos esa fecha, es un día especial en todo el año, se ha convertido en un ritual (año con año lo hace), Ana María llevando un morral gris, con el mismo libro de poesía, la bufanda de él y 4 naranjas, porque le gustaban mucho a Rubén. A pesar del tiempo, está segura que en cuanto se vean correrán a abrazarse y demostrar que el tiempo sólo pasa cuando uno quiere. Ya es tarde, Ana María tiene que irse, son las 9 de la noche y la lluvia aparece junto con un frio tremendo. Aunque la pone contenta imaginar que tal vez Rubén estará en algún pueblito, hablando y haciendo soñar a la gente con los cuentos que él decía. Para ella, la tragedia es que Rubén no llegará a la cita, como no ha llegado desde aquella tarde del 3 de Octubre de hace ya 39 años; se marcha y se pregunta si él aún vivirá...

Donde te prestamos, para que puedas comprar, todos tus sueños”, dicta el enorme espectacular colocado en la entrada del banco, que increíblemente se llama Banco México, aunque los millones de pesos en ganancias son en un 98% de hombres extranjeros que se complacen de su lucro en Europa. Pasan de las 8 de la noche, para Mariana es su primer día como cajera en la sucursal de avenida Chapultepec; es de tez morena, hermoso cabello, delgada, trasero deseable, y en su mano derecha lleva pulseras de varios santitos, incluyendo por supuesto a San Juditas Tadeo. Salió del trabajo tarde porque era quincena y corte de caja, además para ganarse al jefe ofreció quedarse con Julieta para finalizar los cortes. Al terminar, camina al metro Balderas, para llegar a Pantitlán y llegar a su casa en la Agrícola Oriental. Duda pasar por esa angosta calle, por que la luz es casi nula, pero ya quiere "descansar"; entra por esa calle oscura. De pronto, 3 hombres encapuchados, que destilan la perversidad sucia en sus cuerpos, la someten, la ultrajan, violentan su ser, ese que tantas veces había acariciado con ternura su novio Daniel, abusan de ella sin piedad. Mariana queda embarazada. La pulserita queda manchada del sudor de sus abusadores, ésta vez San Juditas no pudo hacer nada. La desdicha es que dentro de 9 meses Mariana morirá mientras da a luz a Esteban, pero lo que más le dolerá a Daniel a quién no le importara la violación y será su esposo, es que ellos confiaron en ese "Seguro para todos" que un señor de traje grande en la televisión, decía que daría cobertura de salud a los más pobres. Mariana morirá por negligencia medica y por creer en ese gobierno que miente sin descaro, pero la verdadera tragedia, es que Mariana, si quería ser mamá de Esteban...


Al fin suena el teléfono. Contesta Samanta, aunque su nombre es María Cecilia, pero le recomendaron que alcanzaría mejores clientes, si en el anuncio de servicios sexuales del Internet ponía un nombre más sensual. “Samanta mujer candente, hazme tuya, piel morena, caderas y senos de ensueño, no dudes en llamar, no tengo limites”... Quién le marcó al celular, pregunta si es cierto que no tiene límites, ella nerviosa dice que así es, “no tiene límites”. Anota la dirección y torna taxi para asistir al encuentro. Llega a un departamento que está en el edificio de afuera del metro Zapata. Tiembla, se da cuenta que si tiene límites, pero no puede retractarse, si lo hace, seguramente ya no será publicado su anuncio, no puede darse ese lujo, menos ahora que debe la renta, el teléfono, ¡ah!, y la luz también. La persona que llamó, la recibe con un beso en la mejilla, una rosa y una melodía. Cecilia, no Samanta, tuvo sexo e hizo el amor, todo con la misma persona y al mismo tiempo. No había sentido tanta ternura con un cliente, ni con nadie; ningún hombre la ha hecho sentirse amada y deseada como esa persona lo consiguió. Pero Samanta había roto la primera regla de una prostituta, según le habían dicho: “nunca te enamores de un cliente”. Durmió y descansó como nunca, despertó y vio la silueta de la persona que pagó por sus servicios reflejada en la puerta del baño. Cecilia tomó sus cosas, que sólo era una bolsa negra con un labial, 2 condones, papel higiénico y unos chicles (nunca deben faltar los chicles). Pintó en el espejo del mueble "GRACIAS", y dejó los 800 pesos que había cobrado por el servicio, en el buró donde estaba aún la ropa de Brenda Elizabeth. Antes de salir miró la hora, era tardísimo, ya eran las 6 de la mañana y tendría que llegar a su casita para llevar a Sandra, su hijita a la escuela. En ese momento está segura que no ha roto ninguna regla, Brenda Elizabeth no es un cliente.

Sus manos tiemblan, tiene los labios secos y respira aceleradamente. Ramón esperaba que entre las viejas viviendas de cartón, las calles sin pavimentar y el Bordo de Xochiaca, sería más difícil que lo encontraran. Hace casi 2 meses que habita en esa esa casa solo. Lo que no sabia, es que lo habían seguido desde esa la vez que se vió con Flor en el metro Copilco, abajito del reloj. Se asoma discretamente a la ventana y observa 2 camionetas de color negro, ninguna tiene placas; le invade el miedo y por reflejo cierra los ojos, los aprieta. Entonces comienza a viajar por sus recuerdos. Itzel negándole el amor en segundo de primaria, el penalti que falló cuando tenía 13 años, el beso que dio a Isabel esa noche de enero, su madre recriminándole no haber estudiado Medicina y haber llevado una vida más tranquila, el libro que hablaba acerca del movimiento estudiantil de 1968, las ideas que aprendió en su clase de historia de México, la madrugada en que hizo el amor con Azucena, su compañera de la prepa que había conocido en la huelga que los llevó a encontrarse, los nervios que sintió aquel día que por primera vez tuvo una arma entre sus manos y esa tarde en el mirador que está por el Ajusco, donde le había prometido a Flor que cambiaría y ya no seria necesario que se escondiera. Pero lo que más le dolía era que a sus 23 años no volverá a sentir el mar entre sus pies, acariciándolo, protegiéndolo. Llora con rabia. De repente, se escucha como entran a la casa, es inútil intentar escapar, vienen por él, los muy desgraciados lo habían encontrado. Se acaricia la espalda del lado izquierdo justo donde esta su tatuaje, y ve entrar a 5 hombres encapuchados y armados con pistolas, lo toman de los cabellos y comienza golpearlo brutalmente. Sólo hubo preguntas e insultos, fue torturado durante 7 horas, el recuento es: 14 quemaduras de cigarro, una costilla rota, el dedo índice de la mano derecha tirado por el excusado, su espalda destrozada por las raspaduras que le hicieron al arrancarle de la piel su tatuaje que decía: "Ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo"; golpes por todo el cuerpo. Pero lo que más le dolió antes de morir fue la amenaza de que sería peor para Selene su novia, en caso de que la encontraran. Ramón era un joven de una colonia popular, estudiante de la Universidad, trabajaba medio tiempo en un puesto de comida, le gustaba el pulque y un poco la marihuana, amaba a 3 mujeres, le iba a las chivas y estaba a punto de terminar un libro de poesía. Pero cometió muchos delitos. Y lo peor para Ramón es que también era guerrillero; lo fue desde el momento en que se hartó y luchó, porque no soportaba la pobreza que miraba en su gente y un día de Diciembre se juntó con Tomás, Ricardo, su novia Selene, Israel, Gaby y Francisco que eran amigos de la Universidad y pensaban como él, se organizaron y robaron un banco. Al otro día, el dinero del atraco lo pusieron debajo de las puertas de las chozas más humildes de una colonia de Ecatepec, junto con un manifiesto donde explicaban sus razones de por qué habían decidido tomar las armas no por gusto, sino por necesidad. Esta acción la repitieron 8 veces en diferentes estados, después realizaron otras operaciones y fue cuando comenzaron a buscarlos. Hace tiempo que andaba escondido y no veía a sus compañeros; el tirano fue cruel, lo torturó en demasía, pero no dijo nada, él sólo seguía pensando en que no cumpliría su promesa a Flor. Ramón murió y la tragedia para su familia es que jamás encontraran su cuerpo...








Eran las ocho de la noche según mi reloj, fue cuando acabó la fiesta, la mía porque de la otra y de Carla no supe nada, tampoco de mi “amigo”. Camino a mí casa en el burocrático metro, vi a unos cuates “al parecer hombres”, que se estaban dando tremendo “agasajón”, no les di mucha importancia pero de inmediato un impulso de mis entrañas para expulsar: un escalofrió y un asco que sentí de repente se vio reflejado –broajj broajj broajj– una y otra vez saqué una mezcla: naranja, babosa con trocitos de no sé qué y un olor ácido que me provocaba seguir y seguir vomitando. Al levantar la cabeza se habían abierto las puertas y vi la figurita extraña que tiene cada estación, al ver la figurita me familiaricé con ella y me di cuanta que ahí bajaba, ¡pos que me salgo corriendo del vagón!; al salir del túnel subterráneo una oleada de aire frió parecía llevarse mi alma pero me la regresó con más vigor.
Me sentía más vivo pero al verme en el espejo de un carro vi que tenía aspecto como de zombi, así que decidí sentarme un rato y empecé a vagar en mis pensamientos. A unos cuantos metros de mi vi como se paró bruscamente una motoneta: moderna y de color amarilla en la que viajaban dos individuos (muy jóvenes) de tez morena, mediana estatura, vestían gorras mal puesta pantalón y camisas muy holgadas y con tenis que se les dibujaba una paloma, lo que más me llamó la atención fue el grabado de sus camisas, uno tenía a la "santa muerte" y el otro a "san judas Tadeo" (por lo que sé son santos muy venerados por el pueblo mexicano); los mismos santos colgaban sobre sus cuellos acompañados por la virgen de Guadalupe, el que estaba sentado en la parte de atrás se apeó rápida y ágilmente de la motoneta mientras el otro esperaba con el motor encendido, el primero desenfundó una pistola corta mientras se acercaba a la parada del RTP donde se encontraban dos muchachas y un adolecente, todos con audífonos en los oídos, les apuntó con el arma y les gritó -¡¡ya les cargo la verga, saquen celulares y carteras!!, todos con movimientos rápidos pero titubeantes les dieron lo pedido y varias cosas más (“por si las dudas” creo que pensaron eso, y también en sus familias y posiblemente se les vino a la mente su vida en un segundo), sin más el individuo se echó a correr, montó la moto y se fueron perdiendo entre las calles a toda velocidad, mientras sus víctimas se quejaban y blasfemaban por lo ocurrido. Me paré y decidí caminar en dirección a casa de Carla, caminé unas cuantas calles y antes de doblar la esquina oí el rechinido de unas llantas acompañados con unos gritos de mujeres, instantáneamente volteé pero el trolebús me impidió ver lo que ocurría, finalmente se movió y me dejó ver el humo de los neumáticos quemados en el pavimento por un microbús, enseguida el chofer (aparentemente de unos 16 o 17 años) emprendió la partida, al parecer de un atropellamiento, sin ir a chismear como la gente lo estaba haciendo, supe que ocurría, cuando una señora gritó -¡un niño, es un niño!- me hizo recordar a mis hermanitos pero ¿que iban a estar haciendo ahí? Me quede ahí un rato a ver que pasaba y vi como se iban acumulando más gente alrededor del accidentado y se me hizo gacho ver como, en ves de estar ahí viendo nada más el accidente mejor llamaran a una ambulancia. Yo... yo no podía tenia prisa, tenia que ir a casa de Carla.
Hubo un accidente– dijo el tío pedro– allá abajo en la avenida, a uno de tus hermanos... lo atropellaron- la sangre la sentía fría y los huesos duros, me quedé paralizado; me explicaron lo siguiente: –tus padres te fueron a buscar, no sabían nada de ti, estaban preocupados, con la discusión que habías tenido con tu padre en la mañana, pensaban cosas malas, en la avenida se le echó a correr uno de tus hermanos... un microbús lo atropelló, el chofer que iba manejando se fue a la fuga, tardaron mucho en llamar a una ambulancia y ahora están en el hospital y no sabemos como esta el niño- después de lo explicado me pidieron que me tranquilizara y que me acostara, no sé por que me pidieron eso si yo sólo estaba sentado viendo hacia el piso y recreando la escena del accidente.
Me recosté en la parte de arriba de la litera de mis hermanos, pues mi cama estaba ocupada por mis primos, no podía dormirme y media hora después mis tíos ocuparon la parte de abajo de la litera, no pasó mucho tiempo después de que se reincorporaron mis tíos y empecé a oír susurros y jadeos cada vez con mayor intensidad, la litera empezó a estremecer, fue entonces cuando oí –¡vente mamazota vamos hacer el rencor!– supe que mis tíos tenían la intención de tener un encuentro cercano del tercer mundo, sin importar lo que dijeran, bajé de la litera bruscamente, me puse mis zapatos y salí de la habitación, así como de mi casa. Empecé a caminar sin destino ni dirección; llegué a una avenida, del otro lado de la misma habían unos cuantos puestos de comida y mucha concurrencia entre los mismos, antes de que el aparato tricolor cambiara a luz verde para que pudiera pasar la avenida, vi venir una motoneta con dos tripulantes a bordo, frenaron bruscamente enfrente de mi; el que iba en la parte de atrás desmontó de la motoneta, desenfundó y me apuntó con una pistola y me dijo que le diera lo que trajera. (Salí de mi casa, no había tomado nada de mis cosas), así que le dije que no tenia nada, giré, di unos cuantos pasos, me tomó por detrás y empezamos a forcejear... se oyeron tres disparos, ninguno de los dos hizo más movimientos, mi agresor tenía cara de espanto, guardó el arma en su cintura abordó la moto y desapareció mientras yo caía lentamente; unos minutos después un par de docenas de personas me rodeó y hasta ahora estoy esperando que alguna de ellas haga algo, que llamen a una ambulancia, que me asistan, pero no veo que hagan nada, más que verme, creo que me han de estar inventando una historia y se preguntarán ¿por que estoy en esta situación?, qué si mis padres no me cuidan, que si era un mal chico, si me drogaba, si me enamoré, si tuve relaciones sexuales o ¿qué sé yo?. Para todas estas personas soy la tercera persona del singular y nos les importa lo demás porque la primera persona del singular está bien, mientras que para mi todas las personas del singular y del plural con excepción de la primera del singular: hoy es un día común y corriente.





La última y gran Europa; la América sin conquistar; el mundo árabe en su gloria; toda la India; el lejano Oriente con todo su conocimiento; Mesopotamia y Egipto con el suyo; y toda esa conceptualización nueva del hombre que englobaba el conocimiento humano existente expresado por medios artificiales, y que con mi ayuda, dieron paso a esta realidad y su hecatombe... ¡qué tristes fueron! Ni mil Renacimientos podrán ya revertir el proceso de extinción; ese proceso largo que me llevó al preciso momento del extenso y reflexivo expresar de mi presente, mi lamento y pesar. Pero optaron por inclinarse por lo majestuoso de mis ojos que no vieron, mis sensuales caderas que nunca tocaron y ante el fuego y hierro de mi impiadoso corazón—. Y parpadeaba lento como no queriendo abrir los ojos pero muriendo en cada chispazo de oscuridad. — ¡Oh —dijo y alzó los brazos al viento—, que se sabe o se conoce que me impresione o me decapite, pues lo “todo” se cimentó en mí! El progreso fui yo y nada más—. Mientras, temblaban lo que podríamos decir eran sus labios. Se levantó. Rompió la silla infinita donde yacía sólo con dejarla de pensar, y dijo:


















Por Brenda García Rosas